Año tras año, de familia en familia, de hogar en hogar, cada día y en cualquier rincón del mundo se repite una de las
tradiciones más naturalmente asimiladas en diversas sociedades y culturas,
incluso muy probablemente tu que lees este artículo, un día cada año te acercas
lentamente hacia el brillo de la luz de una vela encendida sobre una torta o
pastel y con todo el aire de tus pulmones a través de tu boca apagas la llama
con un deseo en tu mente. Soplar la vela del pastel de cumpleaños es un ritual
que nos acompaña desde siempre, pero pocos conocemos o tan siquiera nos
cuestionamos su origen.
Existen diferentes versiones que se adjudican el origen de esta tradición,
entre las más aceptadas se encuentra una que nos lleva hasta la Antigua Grecia
donde se ofrecían a la Diosa de la Luna Artemisa dulces en forma redonda con
velas encima, estas ofrendas representaban el ciclo lunar completo y se
apagaban las velas de un soplido para que el humo resultante se elevara y
llegara hasta ella.
Por otra parte, en la Alemania del siglo XVIII se festejaba el
“Kinderfest”, una versión un poco distinta al cumpleaños tradicional de hoy en
día en la cual se colocaban 2 velas sobre la tarta, dulce o manjar del niño
homenajeado representando una la luz de la vida y la otra los años venideros.
Las llamas de las velas debían estar encendidas durante todo el día y de ser
consumidas eran reemplazadas. Al final del día de apagaban las velas de un
soplido, similar a la tradición moderna, se creía que el humo que despedían las
velas ayudaban a trasladar los deseos del cumpleañero hasta Dios.
Posteriormente en determinado tiempo esta tradición fue considerada pagana
por los Cristianos debido a que la costumbre era conmemorar el fallecimiento y
no el nacimiento de los santos, sin embargo con el establecimiento de la
Navidad como fecha relevante por parte de la iglesia conmemorando el nacimiento
de Cristo, poco a poco el cumpleaños y apagar la velitas volvió a ser bien
visto y tan tradicional como lo es hoy en día.
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